martes, agosto 07, 2007

No nos menospreciemos

La realidad es que llevo un tiempo –que cada día se alarga más y más– sumida en la indiferencia. Ha llegado un momento en mi vida en el que básicamente todo me da igual. Obviamente, tengo días en los que esta sensación parece que mengua; pero en general es así.

No se trata de conformismo. No me conformo con lo que tengo. Quiero dar otro giro a mi trabajo. Quiero cambiar cosas de mi rutina diaria. Quiero enfocar mi vida desde otro punto de vista. Tengo cosas en la mente, no estoy parada. Pero la indiferencia puede con todas esas ganas la mayor parte de las veces.

Tanto es así que, por ejemplo, a mi padre le diagnosticaron una enfermedad grave y yo no pude soltar una sola lágrima hasta pasados quince días desde que lo supe. Esto es más grave de lo que parece, porque soy de naturaleza llorona.

Tanto es así que, por ejemplo, mi abuelo, que antes era una persona sonriente y que siempre tenía unas palabras alegres para todo el mundo, se está muriendo de pena y yo me siento de incapaz de cambiar la situación. No es que me sea indiferente en este caso, pero me cuesta sacarle una sonrisa. Mi abuelo se muere de pena y soy incapaz de soltar una sola lágrima –recordad que soy de naturaleza llorona–.

Son sólo un par de ejemplos de muchos más que podría dar, como que he vuelto a mi tierra de vacaciones y llevo menos de una semana aquí y ya me empiezo a aburrir. Esto para mí antes era inconcebible. Y me resigno a acostumbrarme a ello.

Por suerte, mi amigo M. me ha hecho recuperar la alegría y la sonrisa que me caracterizan. Y de manera sencilla. Mientras manteniamos una conversacion escrita –nos separan demasiados kilómetros– nos hemos visto recreando una posible situación. Y eso me ha devuelto la sonrisa perdida.

Y luego, me ha dicho: me voy a dar una buelta en bici y a escuchar Facto de la Fé. Ah! Así que te lo pasaron, le he contestado. Claro, desde Argentina. ¿Has visto el último vídeo, el de 'La Fuerza'?

Y entonces he llorado:

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