sábado, abril 28, 2007

Ez zen gehiago txoria izango

Estaba tumbada en medio del desierto. La arena la quemaba; el sol la quemaba y volvía el paisaje blanco. Con cada soplo de aire hirviendo ella se camuflaba más en la arena. Estaba concentrada en que la tierra árida y estéril se integrase con ella; que sacara toda la vida de dentro, para desaparecer con el siguiente vendaval.

Había dejado de sentirse persona hacía mucho tiempo. Ya no era más que un diminuto autómata oxidado por las lágrimas que todavía, a veces, podía expulsar. No era más que un conjunto de piezas de hojalata; ni siquiera de hierro. Y se oxidaba; y se oxidaba.

Había perdido toda esa pequeña esperanza que le unía a la vida. A su gente. Cada vez se sentía más aislada del mundo que veían y vivían los demás. "La vida son minutitos de felicidad" le repetían como una letanía. Y esas palabras retumbaban en su interior, causándole heridas incurables (que ningún cirujano sería capaz de cerrar).

Cada día le costaba más levantarse de la cama. No era capaz de seguir el ritmo de su amigo al que todo le parecía muy "heavy"; de su amiga con la que cada vez perdía más el contacto; de su padre, el que había luchado toda su vida para tener lo que tenía, trabajando de sol a sol en un algo que no le llenaba y así tener todo lo que ahora tiene; de su tío, tan integrado con la naturaleza y tan jodido por la naturaleza a la vez; de todos aquellos a los que hacía mucho que no veía y se habían entregado a la fiesta. Ya ni siquiera sabía ponerse en lugar de los demás. Cada día le irritaba más su entorno.

Veía como su vida se consumía, como cada vez se hacía más pequeñita, más invisible mientras los demás se hacían más grandes y se inflaban. Ya no se sentía capaz de seguir el ritmo del mundo. Porque se estaba dando cuenta de que el mundo no era como ella pensaba que era, y eso le causaba tal dolor, era tan inmenso el dolor que ella sentía, que la estaba matando. Lentamente y con sufrimiento.

Ni siquiera la melodía de la flauta dulce que sonaba a lo lejos, en el silencio, le hacía esbozar la sonrisa que en otra época, no tan lejana, le hubiera provocado. Simplemente era feliz viendo como los niños, seres inocentes, jugaban a su alrededor. A lo mejor el problema era que ella nunca creció. Y que no quería crecer. Ya no creía en nada. Y le gustaría ser inconsciente. Felizmente inconsciente.

Por eso, un buen día, decidió escapar al desierto. Lo decidió cuando reconoció la melodía de una vieja canción en euskera, de Mikel Laboa, que decía: "Si le hubiera cortado las alas, sería mío. Pero así, nunca más sería un pájaro".


El mundo le cortaba las alas. Por eso se fue al desierto, a mimetizarse en aquel páramo árido y estéril. Y desaparecer.

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sábado, abril 07, 2007

Propuestas

Me porpongo hacer lo que sienta. Me propongo levantarme antes. Me propongo tener mi casa ordenada. Me propongo apuntarme a la piscina, o a pilates. E ir. Me propongo hacerle entender cómo me siento. Me propongo pensar antes de hablar. Me propongo dejar de ser tan impulsiva. Me propongo decirle a la gente que la quiero, que la quiero (un poco más). Me propongo decir lo que pienso. Me propongo dedicarme un poco más de tiempo a cuidar de mi misma. De darme más cuidados. Me propongo leer más; ver más películas; escuchar más música. Me propongo organizar mejor mi tiempo. Me propongo volver a comer de manera más ciudada. Me propongo vivir mi vida. Me propongo sentirme realizada con cada cosa que haga. Me propongo que cualquier cosa que haga me llene. Me propongo sentirme en primavera todo el año. Me propongo disfrutar del solecito. Me propongo cuidar mi salud. Me propongo escribir más; aquí, en mi cuaderno, a mi gente. Me propongo llamar, al menos, a algún amigo con el que hace mucho que no hablo. Me propongo dejar de proponer y ponerme a hacer.

jueves, abril 05, 2007

Automatica imperfeccion

Siempre recordaré aquella noche. Aquella playa. Aquel concierto. No lo podré olvidar porque lo llevo dentro, anclado en las entrañas.


Ahora que suenan los compases de esa pequeña imperfección automática vuelvo a sentir la arena helada revolviéndose entre mis pies descalzos.

Aquella noche de julio, de cielo oscuro, la playa estaba abarrotada de gente embriagada por la melodía de las canciones y la voz de la cantante emocionada, dulce y desgarrada.

Pero yo estaba sola. Si ponía atención, el murmullo de las olas se mezclaba con las corcheas. Y el viento soplaba desde allí, para que te olvidara. Para que no recordara más que la noche anterior estuviste en ese mismo lugar conmigo, abrazándome. Todavía te siento. Y eso me da rabia.

Los susurros del viento eran cada vez más fuertes, para que no te imaginara a mi lado otra vez. La verdad es que me hubiese gustado compartir esos momentos contigo. Que disfrutaras de las noches frías de verano, con las canciones, con la dulzura y la embriaguez que nos tenía a todos atrapados allí. Clavados en la arena disfrutando del cielo oscuro, de las estrellas, del mar, de la música. Y de ti.

Me da rabia que haya pasado más de año y medio y que hoy, escuchando de nuevo este disco te recuerde, allí, como si hubieses estado. No lo entiendo. ¡Pero hay tantas cosas que no entiendo!

Nunca podré olvidar ese concierto porque fue especial. Porque pocas serán las veces en mi vida que podré disfrutar de esa pequeña automática imperfección que somos, todos. Tan desde dentro. Tan desde fuera. Vuelvo a sentir mis pies desnudos acariciando la arena… buscando los tuyos.

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